Las tres lecturas nos hablan de la resurrección. Ezequiel nos transmite la palabra del Señor: “Yo mismo abriré sus sepulcros”. Pablo nos dice que “El que resucitó de entre los muertos a Cristo también dará vida a sus cuerpos mortales”, y el Evangelio nos narra la resurrección de Lázaro. No deja de ser llamativo el que en tiempo de Cuaresma, que tiene fama de algo triste, se nos proponga para meditar algo tan esperanzador como la resurrección futura. Es que la Cuaresma tiene por finalidad el ser una preparación para la fiesta de la Pascua de resurrección.
Toda Eucaristía es misterio de resurrección. Nos reunimos en domingo, primer día de la semana, para celebrar no sólo la muerte de Jesús, sino de manera festiva su resurrección, prenda de nuestra futura resurrección.
Lázaro murió y Jesús le devolvió la vida, la vida que tenía antes y que, por consiguiente tarde o temprano de nuevo moriría. Cuando muramos, Dios nos espera para darnos una vida nueva, definitiva, lo que “ni ojo vio, ni oído oyó”. Esta es nuestra fe, a la hoy estamos llamados a renovarla.