La primera lectura nos habla de la hospitalidad de una mujer de Sunem con el profeta Eliseo. El evangelio nos proporciona diversas sentencias de Jesús acerca de las exigencias de su seguimiento, y en consonancia con la primera, la recompensa que recibirán los que traten bien a los enviados del Señor, sobresale la bella frase: Quien diera de beber un vaso de agua “no quedará sin recompensa”.
La hospitalidad debería ser una característica de nuestras eucaristías tal como se plasma de manera palpable en la fila que suele hacerse para recibir la comunión: todos se acercan sin diferencias ni privilegios, todos mezclados; niños, ancianos, hombres, mujeres, sabios y menos sabios, ricos y menos ricos, blancos y menos blancos. Es el milagro de la eucaristía que nos hace hermanos, más allá de toda diferencia.