Puede suceder, y suele suceder entre cristianos comprometidos, que al descubrir los defectos de la Iglesia se sorprendan, queden desilusionados, desalentados. No esperan esto de una institución que han amado, por la que han trabajado. Sabían, en teoría, que tenía defectos, pero no imaginaban que fueran tantos y que ahora estan palpando en sus vidas. Por Europa, ha habido casos extremos en los que se ha hablado de “cristianos sin Iglesia”, dicen: “Cristo sí, Iglesia no”.
Una causa podría ser que habíamos pensado una Iglesia ideal, que por ser ideal, no es real. Los ideales existen en el mundo de las ideas, pero no en la realidad. Ninguna institución ideal, tampoco la Iglesia, existe en la realidad. Toca, pues, pasar del mundo de la ideas al mundo de las realidades, se trata de crecer como personas como creyentes. Para ayudar a esta maduración, van estas meditaciones.
LA SAGRADA ESCRITURA
Jesús nos habló del trigo y la cizaña, ambas plantas crecen juntas, no hay puro trigo. Recordemos que la tentación de los agricultores fue la de arrancar la cizaña y Jesús manda dejarla crecer hasta el día de la siega, así sucede en la Iglesia. No olvidemos que en su comunidad hubo un traidor, uno que lo negó y todos lo abandonaron en la hora decisiva. ¡Estamos muy lejos de una comunidad ideal! No deberíamos extrañarnos tanto de los defectos de nuestra Iglesia.
Pablo fundó varias Iglesias de las cuales solemos pensar que, siendo de Pablo, serían una maravilla. ¡Profundo engaño! Baste recordar la I Cor el caso del incestuoso en el cap 5, y en el cap 11 o lo que dice de la Cena del Señor, “mientras uno pasa hambre, otro se embriaga”. Si entre los primeros cristianos sucedían tales cosas, no extrañemos demasiado que en el nuestro pase algo parecido.
Por supuesto que no debería ser así, y tanto Jesús como Pablo hicieron todo lo que pudieron para que las cosas fueran mejor. También nosotros hemos de hacer lo posible para que nuestra Iglesia sea mejor, pero no tendremos más éxito que ellos. Aceptemos la realidad, necesitamos un baño de realidad
EL MISTERIO DE LA IGLESIA
Algunos hablan de milagro moral, el hecho de que ha pesar de los enemigos de fuera y de dentro la Iglesia permanece en los dos mil años de historia. Ya el evangelio nos habla de la Barca de Pedro que resiste el embate de las olas.
Enemigos de fuera: Desde las persecuciones de los emperadores romanos hasta la persecución comunista del siglo XX, se ha hecho cantidad de esfuerzos para hundirla, y la Iglesia permanece. Son veinte siglos y, estamos seguros que seguirá hasta el final de los siglos. No tenemos por que desanimarnos.
Enemigos de dentro. Recordemos los Papas del renacimiento, la Inquisición, hasta los defectos que tenemos en el presente y que tanto nos duelen, podrían hacer pensar que hay motivos más que suficientes para que la Iglesia hubiera naufragado. No ha sido así. Jesús, ha veces dormido, pero sigue presente en su Barca, la Iglesia.
Recuerdo que el gran San Agustín definió a la Iglesia como la “casta meretriz”, casta por la presencia de Jesús y los santos, y meretriz por sus pecados. No buscamos otra Iglesia porque no la hay, y amemos a esta Iglesia como la amó Agustín.
PUEBLO DE DIOS
El Concilio Vaticano II recuperó la definición de la Iglesia como Pueblo de Dios. La Iglesia no es solamente la Jerarquía, sino todo el Pueblo de Dios. Lo sabemos, pero quizás olvidamos todo lo que el Pueblo de Dios, la Iglesia, ha hecho de bueno.
En el pasado: Imposible hacer un recuento cabal, vayan solamente algunos hechos: fundó las primeras universidades y los primeros hospitales. Junto a los pecados de la Iglesia, recordemos los grandes santos: Juan Bosco, Santa Teresa, Juan de Dios, Ignacio, Javier y ¡tantos otros! Como para sentirnos orgullosos de pertenecer a la Iglesia, ser hermanos de tantos héroes, junto con tantos pecadores.
En presente: De nuevo, imposible señalar todo. Brevemente: nuestros mártires de latino América, desde Monseñor Romero a Luís Espinal y tantos otros. Los que llamaría, casi “santos anónimos”, las monjitas que cuidan asilos y hospitales en todo el mundo, tantos laicos que dan su tiempo y su esfuerzo en obras de la Iglesia. Héroes desconocidos, pero héroes al fin. Y, ¡ son millones!
Cierto que ha habido y hay pecado en la Iglesia, pero no es menos cierto que hay mucho de bueno. No veamos solo la cizaña, pensemos en la cantidad de trigo que ha existido y sigue existiendo.
“ESTAMOS EN FAMILIA”
Un autor francés, cuyo nombre no recuerdo, proponía una sugerencia muy interesante y en fondo expresaba una gran verdad. Venía a decir que es una gran suerte que la Iglesia sea pecadora, porque así se “sentía en familia”, un pecador entre pecadores. Si fuera un conjunto de santos, muchos ¡no tendríamos cabida!
Allá por los siglos XI al XIII apreció en un sur de Francia la herejía de los “cataros”, los “puros”. El catarismo fue condenado porque, como hemos visto, Jesús fundó un Iglesia en la que habría trigo y cizaña. Más aún, nos enseño a rezar diciendo “perdónanos nuestras deudas como nosotros perdonamos a nuestros deudores”, y ello suponía que sus seguidores no serían uno puros. Por ello también, al empezar la Eucaristía, todos, desde el Papa hasta el último monaguillo, toda la comunidad, como en familia rezamos o cantamos el acto penitencial. Los “puros” no tendrían que pedir perdón en el Padrenuestro ni rezar el acto penitencia en las Eucaristías. Serían otra Iglesia, ¡no la de Jesús!
Para acabar, el maravilloso testimonio de Congar, De Lubac, Teilhard, etc. grandes teólogos de de mitad del siglo pasado (mayores detalles en Internet) que por sus ideas innovadoras fueron tenidos por sospechosos y finamente condenados por las instancias vaticanas: se les quitó la cátedra y se les prohibió publicar sus ideas.
Ni qué decir lo que sintieron, lo que sufrieron. A pesar de ello, siguieron fieles a la Iglesia. A los pocos años, vino el buen Papa Juan XXIII y con él el Concilio Vaticano II. Estos teólogos fueron rehabilitados y muchas de sus ideas pasaron a engrosar los cambios que nos regaló en Concilio, una primavera en la Iglesia. En buena parte, gracias a su fidelidad a la Iglesia pecadora. Admirables e… ¡imitables!